Entro al consultorio puntualmente. Tenía un perfume muy atractivo, un físico muy entrenado, una computadora moderna, unas gafas de sol compradas en el exterior, una sonrisa luminosa y unos zapatos lustrados a la vieja usanza.
Se presentó extendiendo su mano y me dijo, soy Juan Martín. Lo invité a sentarse, se sonrió y comenzó su relato.
Dijo con firmeza ¨un secador de cabello cambió mi vida¨. Lo observé asombrada y un poco risueña, e inmediatamente le pregunté por qué.
Contó que hacía solo unos meses había conocido a una chica muy atractiva, no sólo por su belleza física, sino también por su soltura y despreocupación ante las cosas de la vida.
La invitó a salir y después de unos encuentros fue a su casa y tuvieron sexo. Esa noche se quedó a dormir y planifico ir a su trabajo desde allí. Por cierto, el joven tenía 35 años y poseía una empresa pequeña de venta de insumos para restaurantes.
Al otro día, pidió permiso para ducharse y desde luego todos los enseres porque no había ido preparado para esa situación. La señorita le indicó los detalles mínimos del baño y fue a la cocina por un café. Al finalizar su baño Juan Martín, abrió discretamente la puerta y le pidió a Valentina, que se así se llamaba la joven, que le indicara dónde estaba el secador de cabello. Ella se acercó a la puerta, y como quien dice un secreto en voz baja le dijo, ¨no tengo secador de cabello¨. Ante semejante respuesta, el reaccionó casi desbordado y levantando la voz dijo, ¿cómo que no tienes secador de cabello? No, no tengo dijo Valentina, no uso, ¨seco mis cabellos al viento¨. A partir de ese momento el caos, la taquicardia, la imagen de los empleados de su oficina y 10 años de trabajo como empresario se vieron atacados como por un virus letal con forma de secador de cabello. No entraba en su mente salir a la calle con el cabello mojado y sin peinar. No podía volver a su casa porque quedaba muy lejos y llegaría muy tarde a la oficina. Se miró al espejo y se vio feo, desalineado, casi ridículo. Salió del baño enfurecido y al entrar a la cocina Valentina, tomando su café apenas vestida, y apoyada en la mesada, lo miró y le sonrió. El agachó la cabeza y se sintió horrible al borde de las lágrimas. Ella con voz suave y encantadora le dijo, el secador de cabello reseca las raíces y con los años puedes quedarte calvo. Sirvió otra taza de café, extendió su brazo y se la alcanzó. Ambos apoyados en la mesada, miraban la pared de enfrente en puro y mágico silencio.
Juan Martín llegó a la oficina y para su asombro todo el personal le elogió su cabello; habían aparecido después de años, algunos rizos heredados de su padre.
Un secador de cabello ha cambiado mi vida afirmó con cierta emoción. Okey, respondí y le pregunté, ¿has venido a la consulta para contarme esta bella historia? No, afirmó, quiero aprender a vivir sin presiones, sin pre-conceptos, sin máscaras, sin gel…. Quiero sentirme libre en todos los órdenes de mi vida, como mis cabellos al viento.
He relatado ésta historia, porque ayer, Juan Martín me llamó por teléfono para contarme que estaba de vacaciones en la playa. Que por primera vez viajó solo; que se siente tan pero tan feliz, tan libre y tan suelto, como sus cabellos al viento.