En el afán de proteger a otras personas, muchas veces nos quedamos callados ante situaciones de amenaza, dolor, traición, ninguneo, subestimación, agresión, etc. Nos han enseñado a callar, a obedecer, y a no lastimar al prójimo, pero no nos han enseñado que primero estamos nosotros, nuestra salud mental, espiritual y corporal.
En ocasiones hemos sido amenazados y obligados a guardar silencio. En otras, ciertas terapias nos enseñan a hablar con tranquilidad y a buscar el momento justo para hacerlo. Pero en ese postergar, la procesión es personal, va por dentro, y lo peor en muchos casos, queda adentro.
Entonces comemos ante alguien a quien quisiéramos decirle lo que pensamos y nos atragantamos por no herirle o hacerle caer mal, su comida. Otras veces nos callamos ante el jefe por temor a perder el trabajo y vamos perdiendo credibilidad y productividad. Otras veces por miedo al abandono o rechazo no le decimos a nuestros hijos, o a nuestra pareja, a nuestros padres, a nuestros hermanos, aquello que nos incomoda. Y así vamos por la vida, llenos de silencios, que se acumulan en nuestra mente, cuerpo y alma con el riesgo que revienten como una bomba.
A nadie se le ocurriría guardar la basura por días meses o años sin sacarla al exterior. Esa misma sensación que te ha dado pensar en ello, en el desborde y olor a putrefacción, es lo mismo que se genera en nuestro interior cuando no decimos las cosas momento a momento.
Siempre doy el mismo ejemplo que aprendí en un viaje que hacia Portugal cuando mi hijo tenía solo dos años. Había mucha turbulencia; de a ratos dábamos pequeños saltos en el asiento del avión. La azafata volvió a dar las indicaciones de seguridad que dan siempre al inicio del vuelo, dos veces. Luego Se acercó hasta nosotros y nos dijo: si bajan las mascarillas de oxígeno por favor póngasela usted primero y luego al niño; es usted la que necesita estar lúcida y oxigenada para ponerle a su hijo la mascarilla. Desde ese día entendí que el amor propio no es lo mismo que el ego. En el caso que tuviera que hacer lo que amablemente me había indicado la azafata, lo estaría haciendo por el bien de los dos, mi hijo primero y luego yo.
Es muy hermoso subirse al podio después de ganar una competencia y mirar hacia arriba, hacia abajo (cielo y tierra), y hacia ambos lados, agradeciendo todo y a todos. Nadie está arriba de nadie, pero tampoco abajo.
Todos merecemos por igual hablar y ser escuchados en el momento que sea, ni antes ni después. El momento ideal es siempre aquel en el que las cosas pasan.
El simple fluir pone todo en el lugar justo y en el momento justo. Si las cosas no suceden antes, es porque no estamos preparados para enfrentar la situación, y si suceden después lo más probable es que nuestra mente lo haya manipulado.
Ser un eterno aprendiz, observando cada cosa que pasa, y acompañando cada momento con plena consciencia.
Recuerda, si tu triunfas, triunfamos todos los seres vivos del planeta.