Ella a quien llamaré Mariana, tiene 35 años aproximadamente y una historia familiar de mucho abandono y dolor.
Ese día, me miró con cara de odio. La despedí en el portón una tarde y sentí en su abrazo una energía de enojo como si fuera una niña de 9 años. Supe inmediatamente que no volvería. Antes de subir al auto se giró y me dijo, no voy a volver, siento que estoy estancada.
Hace unos días volvió, me miró a los ojos y me dijo:
*Esa tarde te odié, con el mismo odio que alguna vez le tuve a mi mamá. Nunca antes me había escuchado en mi relato y nadie me había hecho una devolución tan fuerte.
Fue horrible. ¿Pero sabes qué? Era lo que necesitaba escuchar*.
Hoy, después de tantos días, me doy cuenta que a veces necesitamos alguien que nos zamarree y nos ayude a darnos cuenta.
Gracias Mariana por recordarnos que las emociones son todas válidas; que no hay mejores o peores y que la única solución es permitirnos sentirlas en la mente, pero sobre todo en el cuerpo.